Las modalidades a distancia y virtual requieren una dinámica de enseñanza-aprendizaje de calidad.
Con la llegada de la pandemia de la COVID-19, la educación presencial y a distancia tuvo que transitar rápidamente a ser remota, a estar asistida por medios digitales, pero no propiamente a la modalidad virtual. Ese cambio repentino, abrupto, y hasta disruptor en términos del autor Clayton Christensen, obedece a una respuesta propia del reaccionar, una de las cinco acciones para enfrentar la crisis generada por el coronavirus propuestas por McKinsey.
En ese sentido, es importante destacar que desde el estudio de la tecnología educativa, durante muchos años, los investigadores han definido y fundamentado los diferentes entornos de aprendizajes en los que se destacan el e-learning (educación a distancia enriquecida con tecnología), el b-learning —similar a la enseñanza semipresencial, conocida en Colombia como la modalidad distancia, antes distancia tradicional— y el m-learning (enseñanza mediante aplicaciones móviles).
También es común en el sector de la educación superior referirnos a modalidades de aprendizajes, y en Colombia, de acuerdo con el Decreto 1330 de 2019, se haría alusión a las modalidades presencial, distancia, virtual y dual, además de sus combinaciones. En los últimos años, bien o mal, hemos determinado variables que las diferencian y, en algunas ocasiones, hemos puesto en tela de juicio la calidad de la oferta académica según la modalidad.
Las modalidades a distancia y virtual requieren una dinámica de enseñanza-aprendizaje de calidad, que se da a partir de estándares y criterios definidos mediante un modelo sistémico y planificado del proceso de formación. Ello se evidencia con el diseño instruccional de los cursos virtuales, y posteriormente en su desarrollo, con el acompañamiento tutorial del profesor, estableciendo diferentes tipos de interacción. Todo esto requiere de un equipo formado y cualificado, además de tiempo suficiente para su diseño, desarrollo e implementación.
Adicionalmente, la educación en línea o virtual demanda inversiones para un ecosistema tecnológico que la soporte y brinde servicios a los estudiantes y profesores. Por ejemplo, en el modelo de educación a distancia se define que todos los cursos de los programas académicos estuvieran virtualizados y, en general, esta modalidad implica un acompañamiento apoyado por el uso hasta cierto grado de tecnologías.
Todo lo anterior permite reafirmar que la transformación de la educación en los últimos meses por la contingencia de la COVID-19 dista de ser virtual; algunos autores la han denominado enseñanza remota de emergencia o presencialidad asistida por tecnología.
Muchas instituciones no contaban con ecosistemas tecnológicos ni con contenidos diseñados para ser entregados de manera virtual, y mucho menos con profesores formados ni cualificados para esta modalidad. La educación en línea o modalidad virtual afronta hoy una gran amenaza de ser confundida con enseñanza remota de emergencia o presencialidad asistida por tecnología.
Varios estudios demuestran que la educación en línea es de excelente calidad, y al compararla con lo sucedido en estos tiempos de emergencia sanitaria se encuentran comentarios muy negativos. Esto es un gran error, debemos prepararnos para ofertar un servicio educativo de calidad frente a la incertidumbre que hoy vivimos, sin afectar todas las oportunidades que nos abre la virtualidad.
Fuente:Diario El Expectador.(Cl)