La presencia de buques pesqueros en los límites de la Zona Económica Exclusiva de las islas Galápagos volvieron a prender las alarmas en relación con la sobreexplotación de recursos naturales. En esta entrevista, el biólogo Nicolás Cuvi reflexiona sobre las consecuencias que podrían existir, a mediano y largo plazos, si la humanidad mantiene la misma relación con la naturaleza.
Sabemos que los recursos naturales son limitados, sin embargo, se los sigue explotando de una manera indiscriminada, ¿qué es lo que aún no logramos comprender?
No creo que no se esté comprendiendo lo que está pasando con la naturaleza, sino que se están negando varias cosas. Una de ellas es que las primeras constataciones de esos límites de los recursos naturales no son nuevos. Hasta donde sabemos, existe información sobre el tema desde hace 400 años y desde hace 50 años esa evidencia comenzó a dispararse. La otra negación es que ante toda esa información, los seres humanos comenzaron a generar alternativas resilientes, muchas de ellas ya están en práctica. Finalmente, la tercera negación es que con el tiempo estas prácticas sustentables pueden impulsar la creación de un nuevo contrato social que no divida entre sociedad y naturaleza.
Parecía que la pandemia era la oportunidad perfecta para cambiar esta relación con la naturaleza pero en la práctica las cosas no han cambiado, ¿por qué?
Hay que entender que en la actualidad, el pensamiento socioambiental todavía es una contracultura. Personalmente creo que el modo biocéntrico de vivir, que implica dar un giro ontológico en nuestra relación con la naturaleza, en algún momento se va convertir en una cultura. Lo que ha hecho la pandemia es mostrarnos que los viejos modelos civilizatorios no están resultando funcionales, porque tanto el capitalismo como el comunismo ven a la naturaleza como algo que está ahí para ser depredado. Lo estamos viendo en la actualidad con los buques pesqueros chinos, que están cerca de las islas Galápagos.
¿Se le ocurre un ejemplo de esta práctica contracultural en el país?
Uno de los ejemplos acá son todos los procesos que hay en el noroccidente de Quito, con las Áreas de Conservación y Uso Sustentable (ACUS), donde se están proponiendo actividades que combinan el turismo y la ganadería con la conservación de los bosques y el agua. Cuando llegó la pandemia nos dimos cuenta de varias cosas, una de ellas es que hay lugares que carecen de medios de vida. Pensemos en el sur de Quito, que se encontraba entre las tierras más productivas del Ecuador en términos de fertilidad del suelo. Hoy en día esas mismas tierras están ocupadas por personas que no tienen acceso a comida. Para mí esa es una alerta de que el modelo de ciudad que tenemos no parece ser el más adecuado .
¿A qué lógica responde la presencia de buques pesqueros en los límites de la Zona Económica Exclusiva de las islas Galápagos?
Lo primero que hay que anotar es que esto no es una novedad. Desde la década de los 90 del siglo pasado contamos con información de flotas pesqueras extranjeras que estaban en los límites de la Reserva Marina de Galápagos y a veces dentro de ella. La lógica aquí es que en países como China cada vez hay más personas que consumen animales como los que se encuentran en los mares de Galápagos. Entonces, como las flotas pesqueras ya han sobreexplotado los mares que están más cerca de su país salen en busca de esos animales en otros lugares del mundo y se aprovechan de que los mares son bienes comunes.
¿No hay un doble discurso por parte de las potencias en el manejo de los recursos naturales?
Creo que es muy clara la relación que países como China y Estados Unidos tienen con la naturaleza. Es cierto que cuando intervienen en la naturaleza que territorialmente les pertenece a otros países lo hacen con todas las herramientas y cuando se trata de sus territorios a veces usan legislaciones más fuertes o prohibitivas. Cuando cobró fuerza la segunda ola del ambientalismo, en la década de los 70, en Estados Unidos apareció el movimiento Nimby (Not in my back yard, ‘No en mi patio trasero’), que reconocía la contaminación generada en su país, pero pedía que los residuos sean trasladados a otro lugar. Las naciones con mayor poder político, económico y militar transfieren o exportan con mayor facilidad los residuos de la destrucción de la naturaleza, como la basura electrónica, los plásticos o los residuos nucleares. No es nuevo sino que responde a una lógica colonial.
En este contexto, ¿en quién recae el peso del cuidado de los recursos naturales?, ¿cuál es el papel de los gobiernos?
Lo que sucede en nuestras sociedades es que cuando hablamos de temas del cuidado de la naturaleza, del giro biocéntrico o del pensamiento ambiental se activa el juego de la ‘papa caliente’. El Estado le dice a los ciudadanos que ellos son los responsables y viceversa. Creo que hay que actuar en todas las escalas y no pensar que la responsabilidad recae en un actor social en particular. Por supuesto que cada uno tiene que darse cuenta de cuál es su responsabilidad y proponer transformaciones. Esto aplica desde la familia hasta el Estado.
En la escala de lo individual y familiar, ¿cuáles son las prioridades?
Son muchas, pero quizás la más importante sea la obligación que tenemos de reflexionar en cómo alfabetizarnos ecológicamente, para no quedarnos en el mundo de la posverdad o de las viejas costumbres que, muchas veces, no las cuestionamos porque vienen de nuestros padres o abuelos. Es importante informarse y entender los diferentes procesos que giran alrededor de lo socioambiental, Solo así yo puedo tomar decisiones sobre mis prácticas. También es importante darse cuenta de que mis decisiones no van a ser las mismas de alguien que vive en el campo. Si vivo en una ciudad grande, quizá tenga que preguntarme cómo me puedo transportar de otra forma.
¿Cuál es el valor real que tienen los acuerdos ambientales internacionales en la práctica?
Esa escala de la gobernanza socioambiental es muy importante, porque somos más de 7 mil millones de personas en el mundo y necesitamos llegar a acuerdos mínimos. Uno de los más importantes es el Convenio sobre la Diversidad Biológica, que se firmó en Río de Janeiro en 1992. El más famoso en la actualidad es la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Es donde los países intentan ponerse de acuerdo en cómo hacemos para que la temperatura del planeta deje de elevarse. Evidentemente hay tensiones, porque existen países para los que emitir gases invernadero está bien dentro de su modelo de vida, pero también van los líderes de pequeñas islas, que les recuerdan a las potencias que si sube el nivel del mar ellos no se van a quedar sin recursos sino que se quedarán sin país.
Durante la pandemia se ha planteado la flexibilización de los marcos jurídicos ambientales, como alternativa para salir de la crisis. ¿Hacia dónde nos llevaría ese camino?
Sin duda eso sería un retroceso. Como te decía, la pandemia está siendo aprovechada por viejos sistemas ideológicos para reforzarse a sí mismos. Ese excesivo liberalismo en lo ambiental nos llevaría a retroceder varias décadas. Volveríamos a prácticas en las que no hay interés por la conservación de la naturaleza, o donde no importa generar contaminación. Hay que ver este momento como una oportunidad, para fortalecer sistemas productivos que nos ayuden a conservar y restaurarla, como la agroecología o la producción orgánica. Tenemos que apostar por una ética ambiental. La pandemia nos está mostrando que quizás lo más importante no es el crecimiento económico sino que haya alimentos para todos.
Fuente:Diario El Comercio.