Si bien la pandemia no cambió radicalmente el consumo, la crisis sí aceleró conversaciones y cambios en terrenos como la sostenibilidad ambiental de la industria. Las apuestas también giran en torno a los impactos sociales de la industria y la adopción de tecnología. Análisis.
Al igual que el resto de la economía, la industria nacional de la moda también se ha visto afectada por la crisis derivada de la expansión del nuevo coronavirus. Las variables de una ecuación sombría incluyen consumidores en cuarentena, comercios cerrados, empresas quebradas y, al final de todo, desempleo.
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Sin embargo, las recomendaciones para prevenir el contagio emitidas por el Ministerio de Salud abrieron una oportunidad para el sector textil y de la confección, que tiene cerca de 9.000 empresas y genera más de un millón de empleos: la fabricación y comercialización de tapabocas y prendas de protección. Un impulso económico que viene con un reto extra de gran envergadura: cómo manejar adecuadamente los residuos derivados de los elementos de protección durante la pandemia por el COVID-19.
Las empresas se las ingeniaron para ajustar su maquinaria y líneas de producción para responder a la necesidad y la demanda. En un principio fue para crear elementos para el sector médico y, después, para responder al pánico que sentía el consumidor al salir a la calle y no estar lo suficientemente protegido. Los tapabocas se convirtieron, entonces, en una nueva prenda del outfit.
Desde grandes empleadores como el Grupo Éxito, el Grupo Crystal o el Gran San, hasta cientos de marcas y emprendedores, lanzaron sus diseños personalizados de tapabocas y ropa de protección. Por ejemplo, la marca Ebano Donaire Atelier, creada por Felipe Arango, nació como un taller de marroquinería, pero por la crisis se transformó y lanzó cien trajes urbanos que integraban una visera y una careta de acetato.
“Hemos tenido muy buena acogida. Lanzamos cien trajes en la primera colección y en tres semanas se vendieron noventa. Sacamos una nueva línea infantil y ofrecemos la opción para toda la familia. Ahora, con los nuevos diseños incluimos el tapabocas”, cuenta Arango.
Por otro lado, al ser la moda un reflejo de la sociedad, también se ven las consecuencias del confinamiento. “Una de las categorías que más ha visto afectado su consumo es la moda. Normalmente, las personas se vestían cinco de cada siete días con ropa para salir de la casa, y hoy se visten siete de cada siete días con ropa cómoda”, explica Camilo Herrera, fundador de la firma Raddar, especializada en medir el consumo en Colombia.
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El día sin IVA y el golpe de realidad
En un principio, muchos llegaron a pensar que la pandemia, con su severo golpe a la economía y reingeniería de prioridades, modificaría los hábitos de consumo. El filósofo Slavoj Žižek llegó a afirmar que la crisis por el coronavirus era un golpe mortal al sistema capitalista que, en últimas, es el padre de la moda. Pero no. Todo pareciera seguir igual.
El primero de una larga cadena de golpes de realidad llegó con la reapertura de las tiendas de fast fashion en Europa y las largas filas para ingresar. En Colombia tuvimos una dosis de lo mismo con el primer día sin IVA, el pasado 19 de junio.
Herrera señala que “el ser humano es un cazador y recolector desde hace miles de años, y al estar en un escenario en el que no puede hacerlo, se siente frustrado y ansioso”. Por eso, explica el comportamiento del consumidor en fases: la primera fue la “compra búnker”, en la que la persona compró para prepararse para el aislamiento con productos básicos y de protección; la segunda fase fue la de “compras de adaptación”, la gente compró lo que necesitaba, como mascarillas, muebles, televisores y computadores.
Ahora, la tercera etapa, son las “compras de regreso” que se enfocan en adquirir lo que se necesita para vivir en período de distanciamiento, como máscaras, ropa, carros y hasta apartamento. “Finalmente vendrán ‘las compras por venganza’, en la que las personas adquirirán lo que quieran para satisfacer sus emociones, deseos y sueños, pues consideran que algunas compras y consumos son fruto de su esfuerzo, y mucho más después de una situación tan difícil. Estas fases no son necesariamente lineales”.
Por su parte, Camilo Guerrero, profesor de Fashion Law en LCI Bogotá, asegura que noventa días confinados no iban a transformar por completo “la dimensión humanada, el chip o cambiar hábitos de consumo. El deseo no desaparece, solo queda en pausa”.
Sin embargo, Guerrero sí cree que la pandemia puso el acelerador en temas que venían tomando fuerza en la industria textil, como la moda sostenible. Un concepto complejo que incluye cambios de pensamiento en el consumidor, procesos internos, producto final y más exigencias a las marcas. “¿Qué nos deja la pandemia? Que en realidad no necesitamos tantos trapos, pero sí productos durables”.
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La industria de la moda es responsable del 8 % de las emisiones de CO2 globales, según un informe del Measuring Fashion de Quantis & Climate Works Foundation.
En Colombia, algunas marcas han implementado procesos que buscan reducir el consumo de agua, utilizar fibras de botellas recicladas y apostarle a la economía circular, entre otros. Desde la academia se están realizando foros, cursos y charlas. Por ejemplo, la EAN, en cabeza de Brigitte Baptiste, abrió un curso de verano virtual para lograr que la moda y el emprendimiento se unan para crear innovaciones sostenibles.
“Es importante tener impulso de los gobiernos. Desde las instituciones debe existir consciencia del tema. También hay que fomentar la creación o modernización de empresas proveedoras, talleres de confección y satélites, muchas deslocalizadas en la década anterior. Pensar no solo en el nacimiento del producto, sino también en cómo debe morir para favorecer el medio ambiente. Ese es el diseño del futuro”, dice Mireia González, codirectora del máster en dirección y creación de marcas de moda de la Escuela Superior de Diseño de Barcelona (España).
Otro punto importante en la sostenibilidad es el tema social y la transparencia de las empresas. Existe la creencia de que la ropa sostenible es más costosa. Liliana Mejía, abogada y experta en sostenibilidad, explica que “la ropa barata nos sale muy cara porque tiene una costosa huella ambiental y social. Debemos hacernos las preguntas correctas. Más o menos esta industria emplea entre 75.000 y 80.000 millones de personas en el mundo y tres cuartas partes son mujeres. ¿Qué clase de trabajo estamos dando al reproducir cadenas de miseria?”.
Aunque Guerrero cree que la pandemia aceleró la implementación de la moda sostenible, Herrera señala que no parece haber un cambio en los intereses del consumidor por ser más responsable con el medio ambiente.
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Por su parte, Diana Gómez, creadora de El pódcast de moda, dice que ofrecer productos finales sostenibles no es la única forma de apoyar al medio ambiente. “Hay empresas que han incorporado la sostenibilidad en los procesos y que el consumidor no siempre sabe, por ejemplo, la implementación de energía solar en las oficinas o voluntariados pagos para sembrar árboles”.
Agrega que las marcas nacionales podrían empezar a contarle al consumidor esos procesos internos e incorporarlos en la estrategia de venta. “Las formas de ayudar al medio ambiente son todas, lo que me debo preguntar como marca es a qué es sensible mi consumidor. También habría que mirar cuántas personas son conscientes de qué vamos a vivir pronto por la crisis climática. Ese cambio se demora”.
Fuente:Diario El Espectador.(Cl)