Para seguir a especies en mar abierto, Alex Hearn, catedrático de Biología Marina de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), explica que se usa un transmisor colocado en un animal. Este envía una señal a una red de satélites.
Esos transmisores tienen el inconveniente de que su señal no puede ser captada cuando están bajo el agua, de ahí que no sirven para especies que permanecen sumergidas. Se los coloca, por ejemplo, en tiburones que mantienen al menos su aleta dorsal sobre la superficie, tortugas marinas que salen a respirar aire, ballenas, delfines, etc.
Hearn recuerda que uno de estos dispositivos fue colocado en el tiburón ballena del que se perdió el rastro en días pasados. El escualo gigante pudo haber muerto y hundirse, lo que podría ser la causa de que no se obtenga una señal, o también pudo destruirse el transmisor.
Hearn dice que es más fácil seguir con estos dispositivos la migración de animales que vuelan o permanecen en tierra que la de las especies marinas. Además, cuando los animales marinos están en la superficie, su señal puede ser captada solo si coinciden a ciertas horas con uno de los satélites de rastreo que orbitan el planeta. “El satélite tiene que estar encima del animal y este sobre el agua para poder transmitir la señal”, dice Hearn.
Hay cuatro horarios en el día en los que pueden coincidir un satélite y un animal con el dispositivo fuera del agua. Sin embargo, esto generalmente ocurre una vez al día, en uno de esos cuatro horarios, es decir, estos rastreadores no son como el GPS de un teléfono que permite establecer una ubicación a cualquier hora y en cualquier lugar.
Lo que posibilitan los dispositivos que acompañan a los animales marinos es seguir su trayectoria. Esto se logra uniendo los puntos de contacto intermitente. Cuando el animal con su dispositivo está fuera del agua y coinciden con un satélite rastreador, la señal se detecta inmediatamente y se puede descargar la información, pero solo se la tendrá por minutos o segundos porque el satélite seguirá su rumbo y el animal se sumergirá.
El seguimiento a las especies monitoreadas suele durar meses; las baterías de los dispositivos de rastreo duran poco más de un año. Hearn señala que cuando se acaba la batería, se interrumpe la transmisión, pero todavía se puede predecir una ruta y seguir obteniendo información en las zonas que la especie frecuenta.
Esta tecnología permite diseñar estrategias de control de la fauna monitoreada, aunque esta traspase una frontera jurisdiccional. Hearn detalla que gracias a estas marcas se puede hacer geolocalización y saber si una especie pasa ciertas épocas del año en áreas como la reserva marina de Galápagos y conocer si luego acostumbra a ir a otra parte.
El científico lamenta que la reserva marina galapagueña no sea lo suficientemente grande como para dar protección real a las especies que transitan por ella y luego salen a alta mar. Además, la actual tecnología de rastreo no permite saber si las especies monitoreadas se topan con una embarcación.
Fuente: Diario El Comercio.