El 2019: año para reformar la Organización Mundial del Comercio

La economista en jefe del Banco Mundial plantea el futuro del organismo de comercio, en la frontera de proteccionismo y globalización. De nuestra serie Pensadores Globales.

Uno de los temas de discusión en el Foro anual de Davos tiene que ver con el sistema burocrático de la OMC, que, según la experta, “no ha permitido negociaciones multilaterales para llegar a la raíz de los problemas”.

El 2018 marcó el retorno de los aranceles de importación. Hasta octubre, Estados Unidos ya había impuesto gravámenes a unos 12.000 productos, que en conjunto dan cuenta del 12,6 % de sus importaciones totales; sus principales socios comerciales, a su vez, tomaron represalias, imponiendo aranceles a 2.087 productos, que en términos porcentuales representan el 6,2 % de las exportaciones estadounidenses.

Debido a las crecientes tensiones comerciales, muchos observadores han emitido advertencias sobre el advenimiento de una guerra comercial a gran escala o incluso sobre el colapso del sistema mundial de comercio.

No es la primera vez en la historia reciente que Estados Unidos intenta usar la política comercial con el propósito de promover sus intereses. En 1971, el gobierno de Nixon impuso un arancel del 10 % a todas las importaciones, en un intento por detener el crecimiento del déficit en cuenta corriente de EE. UU. Y, más recientemente, el gobierno de Reagan erigió barreras no arancelarias contra una cantidad de mercancías de importación, especialmente aquellas provenientes del Japón. (Más Pensadores: Habla el fundador del Foro de Davos).

No obstante, hay algunas diferencias claves entre estos episodios y la más reciente ola de aumentos de aranceles. Para empezar, causa sorpresa el momento en que esto ocurre. Hasta el año 2018, la globalización parecía una fuerza imparable e irreversible. Se consideraba que el comercio internacional estaba completamente liberalizado y se recibía cualquier intercambio de opiniones sobre política comercial con bostezos, tanto en círculos académicos como políticos.

Lo que causa aún más extrañeza es que el aumento del proteccionismo se produjo cuando en EE. UU. el desempleo registra su cifra más baja en cincuenta años, el mercado de valores está al alza y se proyecta que el crecimiento del PIB para este año sea de alrededor del 3 %.

La salva inaugural de aumento de aranceles —que incluye un alza en los aranceles a las importaciones de máquinas de lavar ropa y paneles solares— parecía estar orientada a la protección de industrias nacionales específicas que habían sido perjudicadas por la competencia proveniente de las importaciones.

Asimismo, estos aumentos pronto fueron acompañados por aranceles arrasadores del 25 % al acero y del 10 % al aluminio, así como la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). (Pensadores: Venezuela y el populismo).

La última ola ha tenido a China como su objetivo destacado, probablemente para abordar las preocupaciones de larga data sobre el tratamiento de la propiedad intelectual en dicho país, así como la restricción del acceso a los mercados y los subsidios para empresas de propiedad estatal.

(En cuanto a los socios comerciales de Estados Unidos, cada uno respondió en una manera diseñada para infligir daño político a los republicanos en el Congreso).

La reciente política comercial estadounidense parece estar motivada por dos prioridades claves: la protección de empleos dentro de EE. UU. en sectores que compiten con las importaciones y el abordaje de las frustraciones relacionadas con el sistema comercial actual que la Organización Mundial de Comercio (OMC) no ha logrado resolver. Es esta segunda motivación la que hace que el actual brote de proteccionismo sea diferente —y potencialmente más peligroso— en comparación con otros episodios recientes.

Al fin y al cabo, el uso de la política comercial para proteger los empleos dentro del país no es nada nuevo, aunque con el tiempo ha perdido popularidad. La mayoría de los formuladores de políticas ahora aceptan que una red de seguridad social y políticas nacionales, como por ejemplo el reentrenamiento o los subsidios de reubicación, son¡ respuestas más efectivas que el desplazamiento de trabajadores en economías abiertas y en constante evolución. El hecho de que el TLCAN sobrevivió al proceso de renegociación con apenas modificaciones menores es un caso concreto de lo antedicho.

El verdadero problema es el sistema de comercio actual y sus diversas deficiencias. De hecho, la afirmación de que el comercio se ha liberalizado por completo en las economías avanzadas solo se puede mantener si uno se centra exclusivamente en los aranceles e ignora las medidas “detrás de la frontera”, que son sustancialmente más difíciles de medir y mucho más de abordar.

Estas incluyen restricciones regulatorias que dificultan la inversión transfronteriza, subsidios a las industrias nacionales, requisitos de licencia que inhiben el comercio de servicios, requisitos de privacidad que restringen el comercio electrónico, restricciones a la propiedad extranjera que interfieren con la inversión directa interna y requisitos estrictos impuestos a las empresas de riesgo compartido, que a menudo implican la entrega de propiedad intelectual.

Si hay un tema de amplio acuerdo entre países y partidos políticos es aquel que indica que las transacciones y regulaciones transfronterizas dejan mucho que desear.

En teoría, estos asuntos se deberían haber abordado mediante negociaciones multilaterales en la OMC. En la práctica, se han tratado de manera ad hoc, mediante un proceso lento y excesivamente burocrático que no ha logrado llegar a la raíz del problema.

Los efectos a mediano y largo plazo de las disputas comerciales de hoy están por verse. Las simulaciones basadas en modelos computacionales de equilibrio general predicen que los actuales aumentos de aranceles tendrán un impacto pequeño en EE. UU. y un impacto ligeramente mayor en China. Y, en el caso de una guerra comercial a “gran escala” —que significa imposición de aranceles del 25 % a todas las importaciones que llegan a EE. UU. y viceversa— los efectos serían ligeramente mayores, pero de ninguna manera catastróficos.

El mayor peligro es que los cambios en las políticas de hoy continuarán creando incertidumbre y,por lo tanto, reduciendo la inversión. Además, si bien grandes economías como las de EE. UU. y China sobrevivirán a los contratiempos —aunque con magulladuras—, las economías emergentes más pequeñas tienen mucho más que perder. En muchas de esas economías más pequeñas, el comercio ha sido su boleto para salir de la pobreza.

Al adherirse a las reglas comunes de la OMC, las economías pequeñas lograron mantener a raya a los grupos nacionales de cabildeo y a aquellos con intereses especiales y, en consecuencia, pudieron desarrollarse económicamente. Si colapsara el sistema multilateral de comercio, los intereses proteccionistas de todo el mundo tendrían pocos obstáculos en su camino.

Una visión optimista de la situación actual vaticina que los países se sentarán en la mesa de negociaciones, lo que a su vez y con el pasar del tiempo llevaría a un sistema multilateral más eficaz.

Tal sistema podría incluir una OMC reformada, liberalización comercial en servicios y comercio electrónico, acuerdos que limitan los subsidios y protegen la propiedad intelectual, y una coordinación regulatoria transfronteriza más profunda.

Un optimista no puede dejar de considerar los paralelismos con la década de 1980, cuando el sistema de comercio global se vio desafiado por crecientes tensiones entre EE. UU. y Japón. En lugar de colapsar, el sistema de comercio emergió de aquellas disputas más fuerte que antes, lo que preparó el escenario para la híperglobalización de las pasadas tres décadas.

Quizás esto puede depararle un futuro similar al comercio internacional o quizá no. La única certeza es que 2019 va a ser un año para morderse las uñas.

FUENTE: DIARIO EL ESPECTADOR (CO)

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