Los picapedreros de Azogues tienen viva una tradición del pueblo cañari

Pese a que la demanda de esculturas en piedra ha bajado desde hace unos 15 años, José Cordero y su yerno Álvaro Urbina no dejan que la adversidad les gane. Todos los días imaginan figuras nuevas para moldear las rocas.

A sus 71 años, el picapedrero José Cordero mantiene vigente el oficio que aprendió junto a sus hermanos, cuando apenas tenía 12 años. Empezó haciendo adoquines, bordillos para las carreteras y pilares, pero con el tiempo aprendió a tallar la piedra para darle diversidad de formas, desde sencillas figuras, hasta elaborados diseños de animales, adornos, piletas e imágenes humanas.

A sus 71 años, el picapedrero José Cordero mantiene vigente el oficio que aprendió junto a sus hermanos, cuando apenas tenía 12 años. Empezó haciendo adoquines, bordillos para las carreteras y pilares, pero con el tiempo aprendió a tallar la piedra para darle diversidad de formas, desde sencillas figuras, hasta elaborados diseños de animales, adornos, piletas e imágenes humanas.

En su taller ubicado en la parroquia Javier Loyola en Azogues, provincia de Cañar, labora junto a su yerno Orlando Urbina.

Don José resalta que para sobrevivir al paso del tiempo ha sido importante estar en constante innovación. “Hace unos 20 años eran muy solicitadas las piletas para adornar iglesias, plazas y casas. Venía gente de Quito a llevar cada semana; también se vendían los pilares; después vino la época de las figuras de animales”, recuerda.

Un trabajo sacrificado

Pese al polvo y a las esquirlas que saltan mientras pican, la experiencia les permite a los artesanos trabajar sin más protección que una mascarilla, que ya usaban antes pero que por la pandemia de la covid-19 no pueden sacarse, y una gorra para protegerse del intenso sol.

Utilizando grandes combos golpean las rocas para obtener los cortes. Luego, con martillo y cincel, empiezan a tallar la piedra “exprimiendo toda su creatividad”. Entre sus herramientas están también la escuadra, las buzardas, los codales, las puntas y la amoladora para hacer los tallados finos.

Los picapedreros comienzan sus labores desde tempranas horas de la mañana. Su día a día transcurre entre caballos, elefantes, cisnes, perros, leones, aves, cruces, vírgenes, ángeles, cristos, fuentes, adoquines, pilares y piletas.

Orlando Urbina es originario de la ciudad de Cajamarca, Perú. Arribó al país hace 11 años y “ante la necesidad” aprendió a moldear la piedra junto a su suegro, don José.

No hay técnicas ni moldes. Lo que cuenta es la habilidad, la paciencia y la precisión. “Al principio fue un poco difícil hasta agarrarle el golpe. Debía tener cuidado porque si salía mal era una pérdida de tiempo y de la materia prima, pero así se aprende”, asegura Urbina de 31 años.

Según don José, el oficio tuvo su auge hace unos 15 años; sin embargo, decayó debido a la competencia y a las dificultades para obtener la materia prima, la piedra.

La pandemia invita a innovar

Durante el confinamiento que se decretó el pasado 17 de marzo por la emergencia sanitaria a causa de la covid-19, el taller de don José permaneció cerrado, pero la labor no se detuvo. “Trabajamos dos días por semana porque no había compradores; reabrimos hace un mes y hay que trabajar porque si no de qué vivimos, aunque se vienen tiempos duros”, lamenta Orlando Urbina.

Al igual que su suegro es consciente de que la innovación es fundamental en el arte de piedra. “Hoy más que nunca”, para mantenerse en el mercado.

“La gente siempre busca cosas nuevas, llamativas; esta semana vino una señora a comprar lo que llamamos los ‘meones’”, cuenta entre risas Urbina, al referirse a las piletas con peculiares formas.

Los precios de las esculturas varían de acuerdo con el tamaño y el modelo, ya que de esto depende el tiempo de acabado.

Así, los artesanos mantienen vivo este oficio, legado de los ancestros cañaris, quienes de la cantera del Cojitambo obtenían la piedra andesita con la que construyeron parte de su patrimonio. Los picapedreros están ubicados desde el puente de Rumihurco hasta la entrada de la parroquia Javier Loyola a lo largo de la vía rápida Cuenca-Azogues.

El Sistema de Información del Patrimonio Cultural Ecuatoriano, SIPCE, destaca que las obras de los picapedreros bien pudieran ser consideradas como parte del patrimonio vivo del país.

Se trata de esculturas que remiten a gustos y preferencias de una diversidad de la población, como expresiones que se insertan en el cuerpo social, alimentan nuevos horizontes, tanto económicos y culturales, a partir de la piedra, un elemento propio de la memoria de los pueblos andinos. (F)

En San de Ibarra la madera toma forma con motosierra

Fuente: Diario El Telegrafo.

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