[:es]El presidente electo de Colombia, Iván Duque, asumirá el martes 7 el poder en Colombia con el reto de mantener a flote –en un mar de dificultades– el “barco de la paz” con las FARC, tal como definió su antecesor, Juan Manuel Santos, su principal obra de Gobierno.
El pacto firmado en noviembre de 2016 con la organización guerrillera para poner fin a medio siglo de conflicto armado interno es el mayor legado del Gobierno de Santos, pero su aplicación ha resultado muy compleja, lo que sumado a un creciente número de disidentes, al asesinato de exguerrilleros y a diferencias internas en esa organización convertida en partido político dibujan un panorama poco alentador.
El Centro Democrático, partido de Duque, lideró la campaña que rechazó en un plebiscito el primer acuerdo con las FARC y el presidente electo ha subrayado su intención de hacer “correcciones” al acuerdo definitivo, lo que es visto con recelo por una parte del país y por la comunidad internacional.
Según Duque, “aquí no se trata de hacer ‘trizas’ los acuerdos, sino de corregir aquellas cosas que van mal como el crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos”, que el año pasado alcanzaron las 209.000 hectáreas.
Advertencia de Santos
El pasado 20 de julio, Santos se dirigió a los legisladores en el Congreso “y al próximo presidente Duque” para decirles: “¡Cuiden la paz que está naciendo! ¡Cuídenla! ¡Defiéndanla! ¡Luchen por ella! Porque es el bien más preciado que puede tener cualquier nación”.
También la ONU, que jugó un papel fundamental en la implementación del acuerdo, instó a Duque a preservar la paz en una sesión del Consejo de Seguridad del pasado 26 de julio.
El enviado de la ONU para Colombia, Jean Arnault, advirtió de que independientemente de las modificaciones que pueda hacerle Duque al acuerdo, lo “esencial” será cumplir con las “garantías” dadas a los guerrilleros para su desmovilización.
Una de las principales críticas que ha recibido Santos por parte del partido FARC es el incumplimiento del acuerdo lo que ha motivado el resurgimiento de al menos 29 grupos de disidentes en diferentes partes del país.
De hecho, el líder de la FARC, Rodrigo Londoño, llamado ‘Timochenko’ en sus tiempos de guerrillero, ha denunciado un “abandono estatal”.
Para Londoño, es “preocupante” que a los más de 7.000 desmovilizados se les falle en lo que respecta a sus garantías de seguridad, que no haya claridad legal sobre sus procesos judiciales y que la reincorporación a la vida civil sea tortuosa y demorada.
A ello se suma el asesinato de más de 50 exguerrilleros denunciado por las FARC, lo que aumenta el riesgo de que muchos de los que dejaron las armas vuelvan a empuñarlas con alguno de los frentes disidentes, que ya tienen cerca de 1.500 miembros, o con la guerrilla del ELN o las bandas criminales.
No menos grave es la decisión del número dos de las FARC, Iván Márquez, de no asumir el escaño en el Senado para el que había sido designado y unirse a otros exguerrilleros en la zona rural de Miravalle, en el sureño departamento de Caquetá, alegando falta de garantías de seguridad, lo que puede conducir a una división en la cúpula de la antigua guerrilla.
Un problema mayúsculo que heredará Duque es la extradición a Estados Unidos de Jesús Santrich, otro líder de las FARC, detenido el pasado 9 de abril en Bogotá y acusado de narcotráfico, lo que le impidió asumir su escaño en la Cámara de Representantes.
Decisiones
Santos se empeñó también en conseguir un acuerdo de paz con el ELN, la segunda guerrilla del país, y en lograr un acuerdo de sometimiento a la justicia de las bandas criminales, dedicadas principalmente al narcotráfico, la extorsión y la minería ilegal, pero a días de concluir sus ocho años de Gobierno ninguno de los dos procesos ha fructificado.
Duque tendrá que decidir si continúa con estas negociaciones y de la misma forma deberá encarar el problema de los asesinatos de líderes sociales para los cuales la ONU le pidió “una protección especial”.
Datos de la Defensoría del Pueblo indican que entre el 1 de enero de 2016 y el pasado 30 de junio 311 líderes o defensores de derechos humanos fueron asesinados en el país. Ante la presión internacional y el malestar nacional generado por esa situación, Duque afirmó que le “duelen todas las muertes de compatriotas, las amenazas y crímenes que se han cometido con líderes sociales”.
Juan Manuel Santos se despide tras ocho accidentados años en los que tuvo que pasar por muchas cosas, pero deja algo que trascenderá a su propio legado: el fin del conflicto armado más largo de la historia.
Santos se retira como uno de los presidentes menos populares en las últimas décadas en Colombia, pero no son pocos los que creen que en unos cuantos años su figura será reivindicada por ser aquel que logró la paz con las FARC.
Lo remplaza nada menos que un representante del movimiento que combatió a capa y espada los acuerdos del gobierno saliente con la exguerrilla.
El uribista Iván Duque todavía es toda una incógnita para propios y ajenos. Si Juan Manuel Santos fue el presidente que convirtió la paz en su bandera, el nuevo mandatario puede ser el hombre que devuelva a Colombia a los años de la guerra. O puede que no y que sea quien consolide el complejo y largo proceso de desarme y pacificación. No lo sabemos.
Sus ambiguas y esquivas respuestas en cuanto al futuro de los acuerdos con las FARC, los diálogos iniciados por el gobierno saliente con el ELN y al rol del Ejército y la Policía, no brindan grandes certezas y solo siembran más incógnitas.
Tampoco se sabe cuánto poder tendrá Álvaro Uribe, por sí solo ya uno de los hombres más poderosos de Colombia, al tener a uno de sus pupilos como mandatario. Que Duque y otros uribistas que ahora serán gobierno le sigan diciendo “presidente eterno” al viejo caudillo no es una buena señal.
Colombia inicia una nueva etapa en medio de dudas y temores. Aunque es justo decir que algo similar pasó cuando Santos pisó por primera vez la Casa de Nariño.
FUENTE: DIARIO EL DEBER (BO)[:]