En redes sociales se lee sobre las dificultades que se presentan a diario por el uso prolongado de las mascarillas. Unos dicen que experimentan algo de falta de aire. Otros, que puede existir contaminación por dióxido de carbono.
Lo cierto es que los médicos las recomiendan porque son una barrera para evitar contagiarse con el nuevo coronavirus; más aún cuando en Quito se acerca el cambio del aislamiento al distanciamiento.
El SARS-CoV-2, causante de la enfermedad covid-19, se propaga de persona a persona por medio de gotitas de saliva o de secreciones nasales. Estas se expulsan cuando un infectado tose, estornuda o habla y pueden desplazarse hasta unos 2 metros de distancia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos aconsejaron su uso, desde el inicio de la pandemia. La razón fue que tanto los contagiados sintomáticos como los asintomáticos pueden transmitir el virus.
Investigadores del CDC de China, epicentro de la nueva cepa de coronavirus, reportaron en marzo que 85% de los diagnosticados no presentaron síntomas o que eran leves. Un 10% tuvo problemas intensos y el 5%, graves.
En Ecuador -donde hasta ayer hubo 38 471 casos positivos- también se promueve el uso de mascarillas. Los primeros días de abril, el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) nacional dispuso a los alcaldes que emitan ordenanzas para que la ciudadanía las utilice para frenar infecciones.
En Quito, por ejemplo, la medida está vigente desde el 7 de abril. Los cubrebocas, que deben estar elaborados con tela antifluidos y antibacterial, deben usarse en el espacio público. Si no se cumple esta norma hay multas a partir de USD 100.
En la ciudad se comercializan varios tipos de mascarillas. La N95 está destinada para el personal médico que requiere más protección, ya que atiende a pacientes sospechosos o confirmados. Aunque hay personas comunes que las utilizan para mayor seguridad, dicen.
La quirúrgica es ideal para la ciudadanía, es decir, para quien deba transitar en el espacio público o acudir a sus trabajos, desde el próximo 3 de junio, fecha en que la capital pasará a semáforo amarillo ‘modificado’. Debe portarse en espacios cerrados.
Adicionalmente, hay los cubrebocas de tela o artesanales que pueden usarse sin problemas, en caso de no encontrar las quirúrgicas. “Sí son seguros”, dice José Guanotasig, emergenciólogo y catedrático.
Él explica que se recomienda su elaboración con tela de algodón que se ajuste firmemente a la cara: nariz, boca y en los laterales del rostro.
Pero no todas las personas deben utilizar mascarillas. Organismos internacionales señalaron los peligros en menores de 2 años, por dificultades al respirar y ahogamiento, según la Asociación de Pediatría de Japón, citada por Reuters.
El CDC, en cambio, no las recomienda a personas con dificultades respiratorias como asma o que están inconscientes, incapacitadas o no pueden quitarse la cubierta sin ayuda.
Byron Núñez, infectólogo, coincide en los peligros de los tapabocas en los infantes pero hasta 6 años, en personas con movilidad limitada y adultos mayores con demencia; debe haber una vigilancia estricta.
¿Una persona puede intoxicarse por su uso prolongado? El emergenciólogo Guanotasig sostiene que no. El organismo está diseñado para inhalar oxígeno y eliminar dióxido de carbono con facilidad, por lo que el tapabocas no interrumpe el proceso. “Una hipoxemia o disminución de oxígeno en la sangre no es probable”.
Cuando Miguel Solís, de 49 años, sale de su casa para hacer compras usa su mascarilla. Lo hace para protegerse y evitar un contagio; aunque reconoce que siente incomodidad en la zona de la nariz. “Yo uso lentes y cuando estoy cubierto se empañan o se resbalan. Eso me estorba un poco”.
Uno de sus familiares -relata- compró un cubrebocas apretado, por lo que le duelen la nariz, las mejillas y las orejas. Pero se siente seguro con él.
FUENTE: EL COMERCIO