¿No desconectarse del trabajo incide en la salud mental?

Todos los días, Sofía (nombre protegido) se levanta a las 05:00, para preparar un resumen de actividades, en video, que debe enviar a su jefe, antes de las 07:00. Luego empaca el almuerzo de su esposo, se cambia de ropa y se alista para una nueva jornada laboral, que empieza con reuniones y seguimientos de pendientes.

A las 09:00 -cuenta Sofía- se levantan su hijo de 11 y su pequeña de 4 años. Se bañan y la madre selecciona su ropa y les hace el desayuno. Después de servirles la primera comida del día continúa trabajando hasta las 13:00, cuando de forma rápida cocina el almuerzo, que está listo después de las 14:00.

Luego Sofía continúa en reuniones y otras actividades laborales. Pasadas las 18:00, su jefe se comunica con ella y sus compañeros para darles indicaciones. Cuando hay tareas de importancia, como sucedió el lunes 27 de julio del 2020, la madre se queda trabajando hasta las 21:00 o más.

Cuando trabajaba forma presencial, antes de la emergencia sanitaria, Sofía empezaba su jornada a las 08:30 y la terminaba a las 17:30. Ahora cumple sus funciones en una institución privada desde casa, debido al peligro de contagio de covid-19. Con ello -cuenta la madre de familia- dejó de tener horarios fijos y debe estar disponible a cualquier hora del día, incluidos los fines de semana, sin pagos extras.

Trabajar con los hijos en casa y cumplir con las tareas domésticas -describe- se ha vuelto un drama. Sofía, de 30 años, siente que este ritmo empieza a afectar su salud. “No me puedo concentrar en nada, no duermo bien en las noches, paso solo con dolor de cabeza y tengo ansiedad porque sé que a cualquier hora me suena el celular y debo contestar”.

Aunque muchos trabajadores superaban las ocho horas establecidas de labores -dice la psicóloga de la Universidad Católica, Verónica Egas- antes del establecimiento del teletrabajo había una posibilidad de parar un momento al salir de las instituciones para dirigirse a realizar otras actividades personales. El solo movilizarse -señala- implicaba un freno en las tareas e impedía la continuidad que se ha implementado con los teletrabajadores desde sus casas.

“Como estamos en los hogares parecería que todos estamos accesibles a cualquier hora. Antes era poco frecuente una reunión de trabajo a las 19:00 u 20:00, pero ahora no resulta tan descabellado porque la lógica temporal se ha cortado”.

Quienes son padres -dice la psicóloga- estuvieron desbordados, por ejemplo, cuando en el caso del régimen Sierra, sus hijos tenían clases virtuales, ya que además de la exigencia laboral, los debían acompañar en la educación en línea, especialmente a los más pequeños.

Los límites existentes en el trabajo presencial -indica Egas- son sanos, ya que las personas necesitan cambiar de actividad, hablar y pensar sobre cosas ajenas al trabajo y tener interlocutores no relacionados al mismo.

Una situación similar a la de Sofía vive Bernarda (nombre protegido). Ella trabaja en una institución pública. Junto con sus compañeros son parte de un chat de WhatsApp, en el que, en teoría, deberían reportarse a las 08:30 para comenzar a cumplir disposiciones diarias.

Pero eso dejó de cumplirse hace un mes, cuenta la joven de 29 años. Antes de las 08:00 -dice- les escriben a ese grupo virtual a pedir tareas. Eso se extiende durante todo el día e incluso por la noche. El lunes 27 de julio del 2020, contó Bernarda, su jefe le llamó a las 22:00 para pedirle que haga una publicación en las redes sociales de la institución.

Esta institución desarrolla al momento eventos en línea, desde las 19:00 u 20:00, a los que Bernarda debe estar asistir hasta que terminen. También ha tenido que conectarse los sábados y domingos, para afinar asuntos que quedan pendientes los viernes.

La situación, dice Bernarda, le desgasta y le pone de mal humor. “A veces no se puede ni almorzar. Eso de estar pendiente de que pidan algo o que llamen cuando estás en tus asuntos personales o familiares enoja”.

El hecho de que las personas como Bernarda sean solteras o no tengan hijos -dice la psicóloga Egas- no significa que el espacio de soledad deba ser llenado con el trabajo. Ellos, enfatiza, también necesitan cambiar de actividad para cuidar de su salud mental.

La psicóloga recomienda que, por ejemplo, se realicen actividades físicas o manuales y artísticas. Además pide mantener una alimentación adecuada, ya que -asegura- al estar todo el tiempo conectados al trabajo, se han visto afectados los hábitos alimenticios y de sueño. “La relación con el cuerpo está cambiando, las personas han adelgazado o engordado por esa razón. El no desconectarse del trabajo provoca una sobreexposición y un desborde psíquico».

La abogada Carla Patiño comenta que el teletrabajo y la falta de desconexión ha afectado principalmente, en esta pandemia, a las madres o padres solteros, que han estado laborando casi en jornada única. Le preocupa que en las resoluciones del Comité de Operaciones de Emergencia no se haya tomado en cuenta la situación de esos padres, que quizá volvieron al trabajo presencial. Mientras en septiembre, sus hijos estarán en clases virtuales.

Patiño cree que hay que poner ya sobre el tapete de la discusión estas situaciones sui géneris que han surgido en la emergencia sanitaria. Y que deben ser parte de políticas públicas para proteger a niños pero también a padres.

En países como Francia, por ejemplo, desde 1999, se acabaron las jornadas de trabajo interminables y se permite que trabajadores no contesten llamadas telefónicas ni correos electrónicos fuera del horario laboral.

Fuente: Diario El Comercio.

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